Ayer te lloré como nunca lo había hecho. Podría echar la culpa a las tres copas de más de vino que no debí tomar, a la mezcla del ayuno con el alcohol, o al hecho de que fuese lo que necesitaba desde hace tiempo.

Todo se podría resumir en que te echo de menos, y que el tiempo en estos casos no ayuda sino que solo consigue agravar la situación. Supongo que la culpa es mía, todo el mundo me intentó advertir de que tu tiempo no era infinito, que el reloj jugaba en nuestra contra y que debía de hacerme a la idea de que estábamos en el tiempo de descuento. Creas o no, les escuchaba, intentaba hacerles caso, pero mi corazón prefería imaginarse un futuro imposible a tu lado que aceptar la dura realidad. No sé si soy una ilusa de manual o solo una idiota más incapaz de aceptar que las cosas casi nunca son como una quiera, y que la vida si se caracteriza por algo, es por ser injusta. 

Ayer te lloré como nunca lo había hecho y no fue culpa ni de las tres copas de mas vino, ni de la mezcla del ayuno con el alcohol, sino de que por fin hice lo que hace tiempo necesitaba. Te lloré hasta quedarme sin lagrimas, hasta sentirme completamente vacía pero a la vez sentir un alivio sanador.



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